Eve Hayes de Kalaf, investigadora asociada, CLACS University of London y School of Language, Literature, Music and Visual Culture, University of Aberdeen.
El mundo se ha interconectado a un nivel que nunca antes imaginamos posible. Los estados, la banca, las comunicaciones, el transporte, la tecnología y las organizaciones de desarrollo internacional han adoptado la identificación digital. La conversación actual depende de la necesidad de acelerar los registros para garantizar que cada persona en este planeta tenga su propia identificación digital.
No nos hemos topado con esta nueva era de gestión de datos digitales sin saberlo. Organizaciones internacionales como el Banco Mundial y la ONU han alentado activamente a los estados a proporcionar a los ciudadanos pruebas de su existencia legal en un esfuerzo por combatir la pobreza estructural, la apatridia y la exclusión social.
Para lograr esto, la política social se ha dirigido deliberadamente a las poblaciones pobres y vulnerables, incluidas las personas indígenas y afrodescendientes y las mujeres, para garantizar que obtengan una tarjeta de identificación para recibir pagos de asistencia social. Al tratar de incluir a las poblaciones marginadas, se dirigen a grupos que históricamente se han enfrentado a la exclusión sistemática y se les ha prohibido el reconocimiento formal como ciudadanos.
Mi investigación ha revelado cómo los estados pueden convertir en armas los sistemas de identificación patrocinados internacionalmente. El libro que ha surgido de este trabajo – Identidad legal, raza y pertenencia en la República Dominicana: de ciudadano a extranjero – destaca cómo, en paralelo con los programas del Banco Mundial que brindan a los ciudadanos pruebas de su existencia legal, el gobierno introdujo mecanismos de exclusión que bloqueó sistemáticamente a las poblaciones negras descendientes de haitianos para que no pudieran acceder y renovar su identificación dominicana.
Durante años, las personas de ascendencia haitiana nacidas en la República Dominicana se han encontrado en una feroz batalla para (re) obtener su identificación. Los funcionarios afirmaron que durante más de 80 años habían proporcionado por error documentos dominicanos a las personas nacidas de inmigrantes haitianos y ahora necesitaban rectificar este error. Estas personas dicen que son dominicanas. Incluso tienen el papeleo para probarlo. Pero el estado no está de acuerdo.
Estas prácticas culminaron en un fallo histórico en 2013 que despojó a las personas de ascendencia haitiana nacidas en el país de su nacionalidad dominicana, convirtiéndolas en apátridas. En respuesta, una campaña de lucha pidió que el registro civil proporcionara a todas las personas de ascendencia haitiana sus documentos de identificación emitidos por el estado como dominicanos.
En una crítica condenatoria de las prácticas de identificación global, mi investigación ha revelado cómo las organizaciones internacionales en ese momento “miraron para otro lado” cuando el estado comenzó a eliminar y luego deliberadamente bloqueó el acceso de las personas de ascendencia haitiana a su documentación.
Quién fue considerado elegible para su inclusión en el registro civil (es decir, ciudadanos dominicanos) y quién fue excluido como extranjero (los descendientes de haitianos) se consideró un tema soberano que el estado debía abordar. Como resultado, decenas de miles de personas se encontraron sin documentación y posteriormente excluidas de los servicios de salud, bienestar y educación esenciales.
Cerrando la brecha de identidad global
Estamos viendo casos similares de este tipo de exclusión surgiendo en todo el mundo. En junio de 2021, organicé una conferencia en la Universidad de Londres llamada (Re) Imaginar la pertenencia en América Latina y más allá: acceso a la ciudadanía, la identidad digital y los derechos. En colaboración con el Instituto Holandés sobre Apatridia e Inclusión, el evento exploró las conexiones entre identidad y pertenencia, identificación digital y derechos de ciudadanía.
Incluía un artículo sobre los ciudadanos franceses atrapados en BUMIDOM, conocido como Windrush de Francia. También escuchamos sobre desafíos legales presentados por personas no binarias en Perú, las experiencias de cubanos no domiciliados convertidos en apátridas y el debate de los “bebés ancla” sobre si los hijos de inmigrantes indocumentados deberían tener acceso automático a la ciudadanía estadounidense.
El evento finalizó con una mesa redonda internacional que examinó el uso de registros de identificación digital con fines discriminatorios en otras partes del mundo. Esto incluyó discusiones sobre poblaciones vulnerables como la gente de Assam en la India, los rohingya en Myanmar y los somalíes en Kenia.
Debates como estos solo se harán más frecuentes en los próximos 10 años: un hombre sin hogar que ya no puede viajar en transporte público porque la compañía de autobuses solo acepta pagos con tarjeta, no en efectivo; una anciana afroamericana bloqueada para votar porque no puede proporcionar una identificación emitida por el gobierno federal; o una mujer le dijo que tenía que dejar de trabajar porque el sistema la había señalado como inmigrante “ilegal”.
Para las personas que se encuentran excluidas de esta nueva era digital, la vida diaria no solo es difícil, es casi imposible.
Y si bien la necesidad de acelerar los registros de identificación digital es urgente, en este mundo pospandémico debemos dar un paso atrás y reflexionar. Las solicitudes de pasaportes digitales COVID, tarjetas de identificación biométricas y sistemas de seguimiento y localización de intercambio de datos están facilitando la vigilancia no solo de las personas que cruzan las fronteras, sino también, cada vez más, de las poblaciones que viven dentro de ellas.
Ya es hora de que tengamos una discusión seria sobre las posibles trampas de los sistemas de identificación digital y su impacto trascendental y transformador.